El Celemín

Mis abuelos siempre nos trasmitieron la humildad como valor familiar. Los logros y éxitos se celebraban hacia dentro, sin hacer mucho ruido en el exterior (dentro, mucho, que somos una familia de altos decibelios). De donde vendrá, no lo sé. Será la postguerra. Será que mis abuelos regentaban una tienda muy popular y había que cuidar el qué dirán. Será, sin más, que era uno de sus valores fundamentales. Y somos González. De los González del Pedro de toda la vida.

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En realidad, no. De toda la vida, no. Nuestra tía Fina, la centenaria del pueblo, siempre nos contó historias sobre una fragata con baúles repletos de monedas de oro. Eso, y que no éramos González sin más, sino González de Villambrosia. Y como suena de otra época y de otra estirpe , nunca le hicimos mucho caso, la verdad.

Pero el González de Villambrosia nos sigue persiguiendo. No se ha conseguido encontrar documentación alguna que lo verifique, pero son varias las personas, familiares lejanos, conocidos (ya pocos, que con 100 años de la Tía Fina, no hay mucha gente de su época para corroborar batallitas), que lo corroboran.

La última, tras colocar el celemín como elemento decorativo de nuestra casa. La casa. El celemín servía como instrumento de medida, antes de la estandarización del sistema métrico decimal. Equivalía a poco más de 4,6 litros y era la base para medir el grano y venderlo o intercambiarlo, qué se yo, cuando la economía familiar se alimentaba no solo de los beneficios de la tienda, sino también del campo. Este celemín es de 1812, apareció en los “altos” de la casa. Y ahora, en este trabajo – que continúa y continuará durante tiempo – de  lavarle la cara y devolverle la dignidad a esta humilde morada, es una pieza más en nuestro homenaje.

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La casa recibe múltiples visitas, que mi madre y mis tías enseñan orgullosas. Con humildad, sí, no vayamos a ser “de Villambrosia” de verdad, pero con orgullo y emoción. En una de ellas hace apenas unos días, un conocido se paró ante el celemín y aseguró que un coetáneo de la tía Fina, allá cuando vivían en Valdemadera, reconoció que los celemines de los González (de Villambrosia) estaban repletos de monedas de oro.

No sabemos qué fue ni del Villambrosia, ni del oro. Ni de las fragatas que contaba la Tía Fina. Quizá la humildad venía de allí, de haber perdido la segunda parte del apellido, o de haber tenido monedas de oro allá por el siglo XIX guardadas en un celemín. Pero lo que sí que sabemos es que estas paredes siguen albergando historias. Y quién sabe, quizá, algún tesoro.

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